Descripción
En la acogedora tienda de la esquina, entre los susurros del polvo y el cálido resplandor de una lámpara de aceite, había una figurilla de madera muy especial. Era un pato, alto y orgulloso, con una textura lisa como la seda y un grano que contaba historias de bosques antiguos y tiempos olvidados. Pero lo que realmente lo hacía único eran las botas que calzaba; unas botas amarillas con lunares blancos que desafiaban la naturaleza de su existencia estática.
El pato de madera no siempre había tenido botas. Fue un día lluvioso cuando la señora Marjorie, la dueña de la tienda, decidió que su querido pato necesitaba algo para animar el espíritu de sus clientes. "Todo el mundo necesita un par de botas para los días grises", murmuró mientras le colocaba las botas. Y así, con una simple adición, el pato de madera se convirtió en el guardián de las sonrisas, el pato con botas.
Los niños presionaban sus narices contra el cristal de la ventana, sus ojos brillantes de asombro. Los adultos se detenían, un destello de curiosidad y alegría cruzaba sus rostros cansados. El pato con botas tenía un poder especial: recordarles a todos que la vida, no importa cuán monótona pareciera, siempre tenía espacio para la peculiaridad y la sorpresa.
Cuentan que, en las noches de luna llena, si uno escucha con atención, puede oír el suave pat-pat de unas botas amarillas danzando sobre la madera antigua. El pato de madera, con sus botas de charol, baila en silencio, su corazón de roble latiendo al ritmo de una música que solo él puede oír. Y quizás, solo quizás, si crees lo suficiente, puedes verlo girar y balancearse, un espectáculo solo para aquellos que nunca han dejado de soñar.